seg, 13 de janeiro de 2025

Variedades Digital | 11 e 12.01.25

Pandemia en la frontera…

Los nefastos efectos de la pandemia de gripe o influenza española en (1918-1919) hicieron necesario descomprimir el primer cementerio de la ciudad

De las múltiples historias que existen sobre el universo mágico fronterizo, una en especial es sumamente interesante y atractivo por la veracidad de los relatos y testimonios que se escuchan sobre ella, y con más intensidad en los días que vivimos. La misma refiere sobre los cementerios que existieron en la ciudad de Rivera, desde la creación del Departamento y a lo largo de su historia. Una en particular, encajona una historia muy peculiar y siniestra que sucedió hace exactamente cien años, y es vital que sea narrada para que, no sucumba rehén de la tradición oral.
Los nefastos efectos de la pandemia de gripe o influenza española en (1918-1919) hicieron necesario descomprimir el primer cementerio de la ciudad, ubicado desde fines del siglo XIX y hasta hoy en día en sus accesos, incrustado entre las calles Luis Alberto de Herrera, Presidente Viera y Manuel Oribe, anclado al pie del conocido Cerro del Estado. La necrópolis en la época era pequeña en sus dimensiones y capacidad física, ya que era la mitad de lo que constituye su superficie actual y sus terrenos circundantes no podían ser utilizados porque estaban en manos de privados. Por ese motivo se decidió construir otro en las mediaciones de las calles Tranqueras, Lavalleja, Luis Alberto de Herrera y Diego Lamas -actual barrio Don Bosco- a escasas dos cuadras del espacio físico anteriormente citado. En este nuevo campo Santo, totalmente desprovisto de muros, y circunvalado por un simple alambrado, se debió enterrar a las innumerables víctimas de la brutal y mortal purga, que fue dejando a su paso un fétido rastro de muerte en toda la ciudad. Cuentan los viejos memoriosos que, muchas de esas personas aún estaban vivas o moribundas cuando eran trasladadas hacia el cementerio en las pesadas y fúnebres carretas. Por tal motivo, debían ser literalmente golpeadas hasta darle defunción. Se utilizaban grandes maderos como garrotes para que con un certero e inevitable golpe los pudieran enterrar totalmente sin vida. La agonía interminable de la enfermedad, culminaba con un garrotazo fatal que en muchos casos alargaba penosamente el sufrimiento de los moribundos. Las calles coloradas regadas por el púrpura de la muerte y la pestilencia de los cadáveres, emanaba putrefactos vapores que impregnaban atrozmente la atmósfera fronteriza. Aquellas pobres almas, se iban apilando como fardos sobre grandes carretas tiradas por caballos. Al paso del transporte fúnebre, desde cada casa asomaban hombres con rostros largos y pálidos, completamente compungidos, con la cara cubierta con trozos de arpillera, cargando cuerpos que como arapos, estaban envueltos en mortajas y eran tirados sobre las carretas. Las víctimas no eran solo ancianos, sino niños y muchos jóvenes.
El cementerio fue finalmente clausurado muchos años antes de la creación del actual Liceo Nº 3 “Juan Antonio Lavalleja” a principios de la década del 70, pero aún hoy se encuentran fúnebres vestigios arqueológicos de esa época, tales como: cruces de hierro, tirantes de bronce, rocas de panteones, restos de cajones, urnas y rastros macabros diseminados por el lugar, y allí continúan gimiendo aún hoy -según relatan los supersticiosos vecinos del barrio- las voces de ultratumba que suplican atrozmente para poder descansar en paz.
En el corazón del barrio “Don Bosco”, antiguamente llamado “Plaza Carretas” debido a que allí cerca del molino existió una gran extensión de campos y arenales, donde los carreros que venían de pagos lejanos, paraban para descansar de sus largos viajes y los gauchos soltaban sus bueyes para que pudieran comer y beber a voluntad. En ese lugar, se erigió en la década del 20’ y hasta mediados del siglo pasado ese cementerio. Allí fueron sepultados un sinfín de hombres y mujeres de las diferentes familias riverenses que poblaron y edificaron inicialmente a “Villa Ceballos”.
Cuando se logró adquirir los predios aledaños y agrandar el actual cementerio, se procedió a retirar las lápidas y casi todo rastro ornamental del viejo campo Santo, que sirvió como tierra para enterrar a los enfermos de la peste española. Se pudo retirar casi todo lo que había, casi todo, porque aún hoy perduran inmutables huellas materiales e inmateriales, que nos trasladan en el tiempo y nos hacen recordar inexorablemente que allí existió un lugar de mucha tristeza, sufrimiento y dolor, causado por los tétricos e innumerables entierros humanos que tuvieron sitio. Los vecinos actuales del barrio, relatan con lujo de detalles los acontecimientos extraños que suceden en los alrededores del lugar, que se intensifican principalmente por las tardes y las noches del año. Allí se escuchan voces y sollozos nocturnos, lamentos desesperados de multitudes que nunca se logran ver físicamente, ya que las mismas desaparecen al internarse en las profundas penumbras de la noche.
En ese lugar hoy existen y se erigen varias instituciones. Algunas de orden religioso, pero la mayoría del predio -de una extensión de cuatro manzanas- está destinado a instituciones educativas, específicamente una escuela y dos liceos.
Muchas de las historias actuales son relatos de estudiantes y vecinos, que dan parte de una serie de acontecimientos extraños e inexplicables que se dan cita allí. Uno de ellos sucedió hace pocos años y refiere a una situación que preocupó mucho a las familias de los alumnos y a vecinos de la zona, conjuntamente con las autoridades departamentales.
Fue un aparente caso de intoxicación que sufrieron los estudiantes del Liceo Nº 3 y que llevó a los directores de dicho establecimiento a suspender las clases por un prudencial período de tiempo, porque cada día eran más numerosos los casos de súbitas alergias y salpullidos cutáneos que aparecían misteriosamente en el cuerpo de los adolescentes. Las clases fueron trasladadas a otro sitio por unos meses.
Algunos, aseguran categóricamente que el problema fue causado por un desinfectante de alimañas colocado en la istitución. Pero para los habitantes más ancianos de los cinturones aledaños, la rara afección que se diseminó muy rápidamente entre la población estudiantil, fue causado por otro fenómeno muy diferente, extraños e inexplicables, que tiene estrecha vinculación con el pasado macabro de ese lugar.
Algunos viejos del barrio, afirman que el lugar está maldito, porque en el pasado esa gran extensión de tierra había albergado un gran cementerio y muy cerca de los centros de estudios. Hasta no hace mucho, en el patio de la escuela, aún quedaban a la vista de todos, algunas lápidas cuyas inscripciones no eran legibles, pero son marcas inextinguibles del sitio preciso y exacto donde cavaron las fosas para darle sepultura a personas de la década del 20’.
Muchos chicos del Liceo, desde su primera infancia, subrayan insistentemente que cuando jugaban al fútbol en el gran campo arenoso ubicado en el predio contiguo de la Iglesia de los Padres Salesianos -Parroquia San Pedro-, entre algún resbalón o patada fuerte a la pelota, saltaba arena y huesos, verdaderos huesos que conformaban partes de un centenar de esqueletos humanos. Hoy, los muchachos ya adultos, alegan que en los partidos de fin de semana, llegaron a encontrar varios fémures, cientos de costillas y pelvis humanas. Huesos que quedaron enterrados con poca profundidad y que también salieron a la superficie por el desgaste en la construcción de las nuevas edificaciones y la natural erosión del colorado y arenoso suelo.
Julio, un estudiante de secundaria, relata como testimonio irrefutable, su aterradora experiencia, cuando en una tarde, al salir de la Institución, en medio de la oscuridad reinante en el lugar, sintió claramente una sensación extraña de persecución o de que era seguido por alguien, y cuando redobló el paso y caminaba hacia la esquina de la calle donde hay un gran murallón de adoquines, vió nítidamente delante suyo a una distancia aproximada de quince metros, un hombre alto, con bigote y canoso, vestido con ropas antiguas –saco negro, corbata y chaleco y una gabardina oscura- que a paso acelerado se dirigía hacia él sin parecer advertirlo, y cuando el chico paró instantáneamente por el susto y para darle paso, la entidad pasó sobre él como el aire otoñal por las hojas de un árbol, dejándole un frío que le recorrió todo el cuerpo, hasta sus entrañas. Inmóvil, al mirar hacia atrás, no vio absolutamente nada, más que una niebla espesa. Con semejante susto, y completamente aterrorizado solo alcanzó a correr a gran velocidad hasta llegar a su casa, donde su madre relató verlo llegar completamente enmudecido y pálido como papel.
Los innumerables esqueletos que allí permanecen hasta nuestros días, fueron víctimas de una pandemia mundial que mató a más de 40 millones de personas, fueron en vida hombres y mujeres de aquí, que ni siquiera luego de su traumática partida hace 100 años, pudieron tener un descanso en paz. Muchos de esos cuerpos yacen aún en ese sitio, y desde allí vociferan, demandando permanentemente por una digna sepultura.
El próximo fin de semana de sábado 18 y domingo 19 de abril, la historia de la Fiebre Española también será contada desde la visión de los historiadores en la edición en portugués de A Plateia.

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