Confira a continuação da aventura vivida por Miguel Herdandez
Miguel Rafael Pereira Hernandez é cubano, tem 63 anos de idade e está em busca de uma nova vida, uma oportunidade e de, finalmente, poder contar sua história.
Na edição de 7 e 8 de julho o Jornal A Plateia começou a contar a história de Miguel, escrita por ele e agora seguimos com o capítulo 2.
Nesse Conto de realidade, Miguel escreve e resume os sentimentos, dramas e acontecimentos da viagem e dos primeiros 30 dias em território brasileiro e espera que, assim, os fronteiriços o conheçam e alguma porta para um futuro melhor.
CAPÍTULO 02
No. O ¿Si escape de Cuba?
(…) El trasbordo en Panama para Guyana fue fácil y ya los cubanos que seguiamos por ese camino sentimos más seguridad.
En ese momento comencé a pensar en las especulaciones que se hacen en Cuba respecto al visado por las autoridades guyanesés al llegar al país: Completé en unos minutos el cuestionario que me dieron a mitad del trayecto. Un cuestionario muy respetuoso. Pero al mostrarlo en el aeropuerto de Georgetown, ni una sola pregunta indiscreta, me pareció una falacia cubana sobre la investigaciones de los guyaneses de la cantidad de dinero que llevas y el lugar donde vas a pecnotar. El arribo fue tranquilo y aquellas personas de inmigracion liquidaron en poco tiempo la cola que se formó para visar los pasaportes. Yo era el último de la fila y en menos de una hora, tras el visado para un mes de estancia, ya estaba en el taxi que me llevaría a la casa donde me hospedaría. Es cierto que en Cuba uno cree todas esas cosas y más cuando es la primera vez que sale del país. Desde Holguin le había enviado un email a un personaje que se dedica a recibir paisanos en su casa. Cobra 10 dólares por recogerlos en el aeropuerto y 15 dólares por el hospedaje, que incluye desayuno y comida. Al salir al parqueo me reconoció, y fue por la tele conversascion que tuve con él días atrás. Mientras esperaba por ciertas personas que luego él comprobó que no arribaron porque eran de la zona oriental de Cuba y el desplome del puente sobre el río Zaza no les permitió llegar a tiempo a la Habana para tomar ese derrotero. Durante la espera ese señor me preguntó por cuanto tiempo estaría hospedado, cuando iría a comprar y para cuando tenía el regreso. Una sola respuesta mía lo sacó de dudas y entonces se brindó para conectarme con las personas encargadas de los tramites. La espera sería solo de un día y medio. Mañana a las seis de la tarde parten. Al paisano lo acompañaba Gerson, un cubano de Holguín, revendedor en Cuba de las pacotillas compradas en Guyana quien al escucharme, decidió seguir el mismo camino. Desde ese momento el holguinero se convirtió en un ente cuidadoso, más bien de cuidado. Se mostró amable y atento y eso representaba para mi la persona que podía garantizarme seguridad durante el viaje hacia el sur. Luego supe que nos estafaron por el costo que la aplicaron a las conexiones del viaje hasta Boa Vistade (400 dólares americanos). Los entregariamos de buena gana con tal que nos garantizaran seguridad durante el trayecto. No había forma de comprobar la veracidad de ese importe. Gerson, a menor precio, le vendió a otro cubano, que regresaría a Cuba para seguir en el negocio de de la reventa allá, las pacotillas que había comprado. Mi futuro compañero de viaje se mostraba cada vez más cordial. Me acompañó a las tiendas de Georgetown donde el compró ropas y zapatos para el uso personal de él y yo compré un Laptop Core i5 de7th generación, rebajada según el vendedor a 560 dólares !otra duda sobre la posible estafa!, pero como yo tenían ansiedad por un equipo moderno para sustituir el arcaico, dejado en Cuba, la compré, con la intención de seguir mis escrituras cuando llegara al destino final. También compré una maleta para sustituir, la destartalada que había comprado en Holguín por 20 dólares, esta era nueva y mucho más grande que aquella. Solo me costo 26 dólares. El día 30 de mayo a las cinco de la tarde entregamos, al primer contacto para la salida de Guyana, el pasaporte (para garantizar el pase por los puntos de control durante el viaje) y el dinero pactado. Yo tenía dudas en entregar ese documento, pero el dueño de la casa aseguró, más bien exigió que lo diera que lo regresarían en 45 minutos. Así fue. En breve apareció un taxis a buscarnos, el chofer nos tomó una foto a Gerson y a mi (habíamos acordado fingir como padre e hijo) y listo para llevarnos a donde abordariamos el Van. El taxista me entregó un sobre con dinero para entregárselo, solo a PPP, dijo, en Lethem. El dueño de la casa aseguró que esa foto y el dinero eran la garantia de la seguridad del viaje pues se la enviarían por email a las personas que nos esperarian allá. Una cadena de personas bien organizada, pensé yo, y empecé a ganar confianza.
A las siete de la tarde llegamos al punto de embarque. Tres microbus marca Toyota comenzaban a ocuparse con la preciosa carga. Tras la indicación del ayudante del chofer; acomodamos, !mi hijo adoptivo y yo! Los equipajes entre la puerta trasera y el ultimo asiento; los demas, los acomodó él sobre el techo, protegidos por lonas y bien amarrados; en el techo, también, tanque plásticos para combustible, bien amarrados. Lo que al principio parecía una complicación. !No cabiamos en el Van que nos asignaron! La resolvió el chofer principal a la hora de partir. A Gerson lo ubicó en un asiento improvisado entre el conductor y el pasajero de la ventanilla. Tras la cabinas se habían acomodado tres personas, dos entranjeras y un cubano, el conductor los reacomodó diciéndoles que ese espacio era para cuatro personas. Junto a la puerta, en el lateral izquierdo me colocó a mi y el ayudante iría en el asiento detrás de mi.
A las 8 de la noche del día 30 de junio de 2018 partimos rumbo al sur. Atrevasamos Georgetown en unos 35 minutos. En el último servicentro llenaron de combustible los ocho tanque sobre el techo, tambien completaron los del Toyota. Yo aproveché para ir al baño y Gerson se aprovisionó con agua, refrescos y chocolates. Me cedió una botella de agua, una cocacola y una barra de chocolate. Fui a pagarle, pero no aceptó. !Ojalá no me salgan cara!, pensé. Al tomar la carretera, el Van se desplazaba a una velocidad asombrosa. Por ese tramo alfaltado, recto y liso pensé que llegariamos al destino más pronto que lo previsto, pero a unos kilometros adelante el Van tomó rumbo oeste y la carretera comenzó a mostrar curvas y baches. El primer encuentro con la policia de carretera, guyanesa, justo sobre un puente larguisímo, fue traumático. Nos hicieron bajar del Toyota y solicitaron los pasaporte y entonces, pidieron, a cada uno, 20 dólares para poder seguir el viaje. Escuché a alguin decir que no tenía dinero y yo lo hice lo mismo. Los demás repitieron la oración. El chofer les mostró, a quien parecía el jefe de gerdámenes, el listado de las personas autorizados a viajar con él, le dio algo de dinero. El jefe ordenó a los demás policías a devolver los pasaportes y le dijo al chofer que podía segui el viaje. Justó al dejar aquel lugar, mientras el camino empeoraba con la lluvia y los baches llenos de agua, el chofer detuvo el Van, encendió la luz interior y haciendo medio giro sobre su asiento hizo el mejor esfuerzo para decir en un español ilegible, Gersón, a su lado, también hizo lo que pudo para traducirlo y acomodó las palabras de esta manera: ¨Vamos a encontrarnos con varios puntos de control por el camino y en todos les van a pedir dinero, pero ustedes dicen que no tienen, yo tengo la autorizacion para llevarolos por aquí. Entonces comprendí porque fue obligatorio entregar el pasaporte en Georgetown.
Paso a paso el camino empeoraba: las lomas, los baches y la lluvia impedían que el Van se desplazara a mayor velocidad. El tiempo se volvió incontrolable. Era más o menos la media noche cuando a través de los criltales de las ventanillas y el parabrisas conmencé a ver la frodosidad y altura de los árboles a los lados del camino. Es la selva amazonica guyanesa dijo alguien desde detras de mi, era el ayudante del chofer, que al notar el asombro de los pasajero, lo aclaró. Entonces comencé a pensar en la flora y la fauta que alberga esta zona. Yo sabía por los estudios de geografía que la amazonia era esplendorosa, pero tambien sabía los peligros que pueden enfrentar los viajeros inespertos y lo dije en voz alta. Ya en plena selva el chofer hizo un alto para desentumir las piernas y hacer necesidades fisiologicas, nos arrinconamos al vehiculo y alli lo hicimos. Nadie, ni por curiosidad u osadia se acercó a la frondosidad de la arboleda. Al reanudar la marcha el chofer se percató que el Bus tenía problemas técnicos en el motor. La bateria comenzó a fallar y las luces no funcionaban. Con la poca luminosidad que suministraban las bujías avanzamos hasta llegar a un descampado. En el lugar hay una cafetería y a mi me pareció ver un expendio de combustible. Allí se reunieron los tres Van que salieron al unisono de Georgetown y dos o tres más. El chofer y el ayudante trajinaron el motor y cuando parecía que estaba arreglado continuamos el viaje, pero a los pocos kilometros contiúo el fallo. Entonces nos detuvimos en medio del camino, rodeado de la selva por los laterales. En el nuevo intento de reparación, estuvieron los encargados más de una hora y continuamos, pero al amanecer del 31 de mayo la rotura del motor del Van dio el toque final. En lo intrincado del camino, en plena selva guyanesa, frente a lo que parecía un acerrío y bajo un pertinaz llovizna, el chofer y el ayudante, decidieron desarmar el motor. Entonces todos los cubanos (la llovizna se convirtió en aguacero) nos apeamos y protegidos bajo la levantada puerta trasera del bus. Comenzamos por admirar la selva a nuestros lados. La conversacion fue amena y amigable. Santiago comenzó a llamarme ¨Puro¨ y los demás lo siguieron. Hablablamos de Cuba y del motivo que cada uno tenía para dejarla ¨Problemas económicos¨ y la posibilidad de encontrar trabajo en Brasil, Chile y Uruguay. Ninguno, absolutamente ninguno, habló de política. Los cubanos somos aplicados y trabajadores y solo pensabamos en encontrar trabajo los más pronto posible, mejorar la forma de vida y enviarles dinero a la familia para que pudieran sobrevivir a la crisis economica que viven las personas de a pie en el país. Allí comprendí que los 7 cubanos que me acompañaban en aquel trayecto eran personas buenas y se disolvió en mi mente cualquier duda que tuviera al respecto. Ante la confianza que se creo entre nosotros se me ocurrió la idea de escribir la historia del viaje y todos estuvieron de acuerdo en que los incluyera. Les aclaré que para evitar cualquir mal entendido solo pondría sus nombre y lugar de procedencia. Yo manifesté que la demora por la rotura del motor de Van era para evitar males peores. Los demás asintieron con una sonrisa. Gerson hablaba y hablaba, más bien parecía un papagayo de la selva, molestaba, pero su verborrea no condujo a otras consecuencias porque comprendimos que aquel hombre era un charlatán. Llegó a manisfestar que el motor estaba arreglado, gracias a él (valga que los encargados no entendían el español). Más de dos horas demoraron el chofer y el ayudante, con la intromisión eneficaz de Gerson, en la repararación del motor. A media mañana continuamos el viaje. El camino seguía empeorando y la selva cada vaz más esplendorosa. El Bus corría a una velocidad estable y el chofer manifestó que el motor estaba definitivamente arreglado. Entonces nos deleitamos bromeando sobre la imaginaría visión de cocodrilos en cada acumulacion de agua entre el camino y la selva. Alguien vio hasta faisanes que, al sonido del Toyota, se encondian en las malezas. Mi error fue no dejar imagenes de las visicitudes y bonanzas del trayecto. Quizas la emoción no me permitió, con la malisíma cámara del móvil (BLU), obtenerlas. Mi teléfono tiene muy mala resolucion. No me alegra, ni me deprime. La imagen ocular quedará en mi memoria por siempre. Los demás tampoco hicieron imágenes. Lo cierto es que la selva era un enmarañado conjunto de árboles enormes que, en ocasiones solo les permitían, a los viajeros, ver el cielo delante del Van. Había alturas, quiero llamarles cerros, altisímos, cubierto de arboles. !Impresiontes!. Tan impresionantes como los que por los años, la altura y la lluvía caían derribaban y se acomodaban sobre el camino. En varias ocasiones, bajo los intermitentes lluvia, el chofer, el ayudante y cubanos bondadosos se haciron cargo de ellos, a filo de machete, para separarlos y poder seguir el trayecto. La cuestión de los baches llenos de agua era un peligro constante. El ayudante bajaba y tanteaba con los pies delcalzos por donde el Van debía pasar. A pocos kilometros, delante, del lugar de la reparación definitiva del motor del Van el puente sobre un caudaloso río estaba maltrecho y tuvimos que calzarlo con resto de los árboles en el suelo para apoyar las ruedas del Microbus. Entonces alguien recordó que yo tenia razón al predicir del peligro y lo que significaba la demora de la rotura. ¿Que hubiera ocurrido si hubieramos intentado cruzarlo de noche? Nos preguntamos con las miradas. Afirmamos la interrogante en la siguinte aventura: fue a media tarde del día 31 de mayo. Lo recuerdo porque estabamos a pocos kilometros del Rio Essequibo. Demoramos más de una hora, esperando que el agua que llenaba un bache se escurriera porque cubría, por todas partes, segun pruebas del ayudante, hasta la parte inferior de la carrocería al Vhehículo. Soñar despierto no evita recordar que en los tres o cuatro puntos de control aduaneros anteriores al Esequibo también los uniformados pidieron dinero. Cumplimos con la fórmula predicha. Algunos cubanos les mostrabamos las carteras vacías.
Autor: Miguel Rafael Pereira Hernandez.
*Continuará na próxima edição.
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